Capítulo I - "Nada" - Episodio IX

IX

Una bocanada de aire fresco invadió mis pulmones; distraídamente, puse las manos en los bolsillos, tal vez como una forma de ocultar mis nervios y temblores, y los estragos que estaban haciendo en mí. Quise bajar la vista mientras caminaba hacia el playón, pero me costaba más de lo que podía luchar; el cansancio estaba llegando a un límite, me daba cuenta por el peso que parecían tener que llevar mis piernas, o en la poca fuerza que ofrecían mis rodillas cada vez que se flexionaban. Me sorprendí de haber estado tan distraído de no ver el auto: llevaba casi un minuto caminando hacia él, y no podía reconocerlo en la oscuridad de la noche. Parpadeé, desconfiado de mi capacidad de visión, mientras me maldecía a mí mismo por el dolor de cabeza que me producía el haber estado entrecerrando los ojos. Ah, el dolor de cabeza… esa noche fue la primera vez que sentí algo así. ¿Cómo describirlo? Es… como un calambre, de esos que te hacen dejar todo de lado, en donde el dolor te sorprende en tu incapacidad para defenderte. Pero no sólo eso… no es solamente sentir que algo… se contrae. Late; ése es el gran problema: como si tu corazón estuviese latiendo fuerte pero tuvieses el pecho comprimido, como si quisieras respirar pero estás de bruces contra una pared. Ése era el centro de mi debate, cuando me di cuenta de que había llegado al lado de los surtidores… pero el auto no estaba.

U
n empleado –tal vez el mismo que nos recibió antes, no puedo asegurarlo- me miró, con los ojos llenos de preguntas. Sentí que acababa de despertar de mi letargo; de pronto, la adrenalina volvía a inundar mi cuerpo, inyectándose y multiplicándose, mientras –puedo jurarlo- todo comenzaba a verse más nítido, los ruidos a mi alrededor se escuchaban más claros, y los segundos parecían arrastrarse, eternos. Tal vez sea así que funciona, ¿no? Una situación de extrema tensión –por caso, cuando vi venir el auto en la carretera- te lleva a exigirte a un nivel casi “de emergencia”; el cuerpo, la mente, no están preparados para mantener ese esfuerzo, esa tensión, por tanto tiempo, y naturalmente se relajan, al cabo de unos minutos, volviendo a un cansino estado de “normalidad”. La calma es tan parecida a un estanque de agua, que se quiebra y necesita retornar cuanto antes a su estado natural, más allá de que el factor que alteró esa paz siga presente. Sin dudas que en el viaje en auto lentamente estuve adormeciéndome, tratando de recuperarme de la situación casi extrema de momentos antes… o de hecho, de ya horas antes. ¿Dónde empezó mi tragedia? ¿Desde hace cuánto tiempo estaba soportando esta tensión? Podría ser aún más allá en el tiempo del momento en que me encontré en medio del bosque… Y eso, sin dudas, se complotó contra mi posibilidad de supervivencia, dado que todavía me seguía sintiendo –con toda la razón del mundo- como la presa que sabe que hay un cazador entre las sombras. Pensé en mi comportamiento en el baño, minutos atrás… resignado, entregado, sin tomar riesgos. ¿¡Era esa la actitud de alguien que estaba aferrándose a su vida, a su mínima chance de dominar la situación!? Agradecí internamente estar volviendo a tomar conciencia de lo que ocurría.

E
l empleado delante de mí abrió la boca, como si estuviese por decir algo; sus ojos estaban clavados en mí. Algo… le pasaba algo. Era obvio que estaba más atento de lo normal; en cierta forma, la idea de que él podría estar teniendo una batalla por “tomar el control de la situación”, como yo, era ridículamente hilarante. De a poco comenzaba a entender qué estaba pasando; de ahí a que lo aceptase había, obviamente, un largo trecho.

Q
uise asegurarme mirando a los costados, buscando dónde podía estar el auto. Él se dio cuenta, sin duda –hasta tal vez ese gesto mío era lo que él estaba esperando cuando fijaba sus ojos en mí-, y balbuceó antes de hablar. Todavía no entiendo por qué no sentí miedo en ese momento; tengan en cuenta que, si bien lo que menos quería era volver a estar solo, la situación me estaba presentando una salida, dejando una puerta abierta para mi escape y señalándola con indiferencia.

- ¿Q
uiere…? – dijo, mirándome con los ojos grandes, atentos, inseguros. Era un chico joven, tal vez de veintipocos años, con algo de acné –o manchas en la piel, la poca iluminación del playón de la estación de servicio no me dejaba asegurarlo-. Incómodo, se pasó una mano por el pelo con gel, sin dudas inquieto por el hecho de que yo lo estuviese examinando de arriba abajo, con… entiéndanlo, tengo que remarcarlo una vez más –aún a riesgo de ser repetitivo-, pero… yo estaba en mi salsa. En realidad, no sé si era “yo”, o ese “otro yo” que se había dejado ver en las demás situaciones de tensión que enfrenté a lo largo de las horas previas, pero… ¿cómo podía ser que reaccionase así? ¿Cómo podía mostrarme tan frío ante las pruebas más difíciles, ante los momentos de mayor tensión? Enfrentémoslo… estaba en medio del playón en el cual debería estar el Fiat, esperándome, pero… no estaba. Sólo estábamos el empleado de la gasolinera y yo, sin otro auto en la fría madrugada. Mi transporte, al que casi me había confinado a dejar que me lleve a la comisaría, entregándome y poniendo fin –para bien o para mal- a ese exceso de libertad con el que me había despertado –y que ni siquiera me permitía decidirme sobre dónde ir, o qué hacer, basado en la pobrísima información con la que contaba-… mi transporte, mi perdición, mi castigo, se había escapado en mitad de la noche, mientras yo intentaba hacer lo propio en el baño de la estación de servicio. Era irónico, ¿no? Si me pongo a pensarlo ahora, claro, era obvio; el conductor del auto nunca había estado cómodo conmigo –con toda la lógica del mundo, sin duda-, por lo que ni bien puso combustible al auto escapó, seguramente con el fervoroso deseo de llegar a su casa y olvidar lo sucedido, contando victorioso a su mujer –o quien fuese- la odisea que había vivido en esa madrugada; pequeña, miserable, hasta sobrevalorada, pero seguramente que toda una epopeya para él.

“Y
o hubiese hecho lo mismo”, pensé, volviendo en mí. Solo, en una estación de servicio de algún lugar cercano a Ezeiza, sin saber dónde estoy ni, obviamente, quién soy, o a dónde ir… y con el empleado mirándome, ya casi temblando por mis segundos de silencio, como si estuviese meditando si contestarle o saltar encima y atacarlo como un loco escapado de un asilo mental. Sin dudas que ésa era mi expresión, o al menos era muy cercana; lo veía en el reflejo de pavor que iba invadiendo lentamente la mirada del empleado, pero también lo intuía en ese “otro yo” que parecía poseerme. Realmente es difícil de explicar, pero de las pocas cosas que sabía en ese momento, esa idea, la de la “dualidad”, era tal vez la más clara. Esa nueva bifurcación en mi destino, ese nuevo momento de sentirme perdido y empezar de nuevo, me hizo comprender –por primera vez- que de cierta forma había dos personas conviviendo en una sola: por un lado, mi parte cansada, la que tenía una forma de pensar casi lógica –para alguien en esa situación-, la que se sentía perdida, como una rata de laboratorio en un laberinto pensado para testear sus nervios; la que sufría ataques de esa migraña casi imposible de tolerar, la que no hacía más que desear que todo acabe, para bien o para mal: llamémosle, si se quiere, mi lado “cobarde”.

Y
por otra parte, estaba esa parte irracional, ajena, casi onírica; ese estado en que sentía que realmente no tenía control de mis acciones, el que me había llevado a frenar el auto y presumir que estaba secuestrado, o a amenazar tácitamente al conductor. Un lado de mi personalidad que no parecía natural, que parecía sentirse a gusto con la situación de ser presa de una virtual cacería, que hasta daba la impresión de no necesitar nada más que el control de la situación: ni ayudas, ni indicaciones, ni planes. Y de hecho… en ese momento me di cuenta que cuando este lado adrenalínico tomaba el mando, la migraña cedía, el cansancio se alejaba, y hasta me sentía más fuerte, más capaz de… de todo. Era como tener un cheque en blanco para mi futuro… como saber que yo podía hacer lo que quisiera. Como… como una especie de Jeckyll y Mr. Hyde; sí, sin dudas. Un lado débil, incapaz, humano desde sus falencias, real, frágil… y otra parte en las antípodas: fuerte, poderoso, imponente, confiado, apto, atemorizante, seguro, casi con rasgos de un personaje de una película hollywoodense, de esos héroes que no sienten miedo, que ni siquiera aceptan la coexistencia de dificultades. Un lado irreal, sin duda, pero… que no me daba parte en la toma de decisiones.

¿Q
uién era yo? La pregunta no sólo me atacaba desde la falta de nombre, edad, procedencia, historia o información de mi pasado… me atemorizaba pensar si yo era uno de esos personajes, o tal vez la mezcla… o ambos. ¿Un loco incapaz de reconocerse a sí mismo? ¿Una persona llevada al límite por una situación extrema, reaccionando de una manera casi marginal, pasando de frontera en frontera? Mi aspecto, tal vez, coincidía con esa personalidad surrealmente heroica: recordando esa cara que había conocido en el espejo del baño, mi altura, mi cuerpo que demostraba un estado atlético –no precisamente muy trabajado, pero sin dudas cuidado-… de hecho, mi aspecto no era el de alguien que uno quisiera encontrar en un callejón oscuro, en un auto en una carretera, o siquiera en una estación de servicio.

- N
o se p… preocupe… la… la policía viene… ¿eh? –la voz del empleado sonaba aterrorizada, y no es un decir. Seguramente lo que menos quería hacer en ese momento era darme esa noticia; sin dudas que estaba convencido de que no era lo que me gustaría oír. ¿Qué había pasado? Seguramente, mi “amigo” conductor había avisado de la situación, o aunque sea habían visto algo raro en mí; el caso es que habían procedido con la lógica, obviamente: sospechar del hombre alto, sucio, con aspecto decidido.

N
o pude pensar más; otra de las características de ese lado irracional que estaba aprendiendo a conocer era, justamente, que yo no estaba al mando. Escuché al hombre decir eso y acto seguido vi acercarse a lo lejos a un hombrecillo bajo, escuálido, vestido con uniforme de una empresa de seguridad. Se acercaba desde un costado, con una mano en su cinturón, y el gesto convencido de quien cree estar “al mando”. Mostraba casi una sonrisa lateral, y caminaba lenta y firmemente hacia mí, aún a pesar de un evidente rengueo que no lo dejaba moverse muy rápidamente. Parecía de unos… ¿sesenta años? Tal vez algo más…

Realmente es difícil explicarlo, pero… no sé qué pasó, sólo sé que me sorprendí de mismo: en el momento exacto en que el guardia estaba a unos cinco metros míos y preguntaba si “pasaba algo”, tomé al empleado por el cuello, como un escudo humano, y me abalancé contra el guardia de seguridad.

Capítulo I - "Nada" - Episodio VIII

VIII


El conductor me echó una mirada seca, clara, seguramente gemela a la mía. Sus ojos demostraban no saber si me iba a ir al baño, o a sacar un cuchillo y degollarlo salvajemente ahora que el auto detenido no me pondría en riesgo como antes; mi mirada, sin dudas, expresaba las mismas dudas… ¿sería factible el plan que a los apurones llegué a delinear en el último minuto?

Un empleado de la estación de servicio se acercó a la ventanilla del hombre y le dio las buenas noches, con afabilidad. Él apartó sus ojos temerosos de mí, y se lo quedó mirando. “Voy al baño”, dije, con la voz quebrándose por los nervios, y me levanté con esfuerzo: de pronto me sentía pesado, cansado, deshecho, como si hubiese realizado todo el trayecto hasta aquí caminando.

“N
o es una idea tan lejana”, pensé, mientras iba hacia el baño, a unos veinte metros de donde estábamos. Me pregunté cuánto habría caminado en el bosque, perdido, y si eso sería uno de los causales del dolor de cabeza que me hacía palpitar las sienes. Eché una mirada furtiva a los costados, viendo posibles planes de escape que fuesen más simples que lo que estaba pensando hacer en el baño, pero rápidamente los descarté. Un par de camiones estaban estacionados en el playón, mientras que el sector de la estación de servicio que luego se transformaba en una zona boscosa que acompañaba paralela a la carretera había un buffet de vidrios cristalinos, con unas 5 o 6 personas sentadas, comiendo algo al lado de los ventanales. Consideré la posibilidad de pasar por allí sin ser visto, pero rápidamente entendí que sólo podría lograrlo de pasar agachado, caminando lento, y sin dudas que sería una actitud más que sospechosa. Miré rápido al auto, confirmando mi temor: el conductor estaba mirando fijo hacia mí, más allá de que al cruzar las miradas él desvió rápidamente la suya.

M
e acerqué al baño, arrastrando los pies cual si fueran de plomo. Abrí la puerta y entré, entrecerrando los ojos por la enceguecedora luz fosforecente que manaba de adentro. ¿Cuántas horas hacía que no veía un resplandor así? Sin dudas que desde que me desperté en el bosque que no; lo más cercado que había estado a una luz artificial tan fuerte fueron los faros del Fiat cuando venía por la carretera. Cerré la puerta tras de mí, y miré furtivamente el lugar, buscando encontrar una ventana por la que poder escapar. Sí, ése era mi plan: encontrar una ventana trasera y escapar cobardemente. Seguramente que en otras circunstancias me podría haber resultado una idea merecedora de una fuerte carcajada, pero sin embargo ahora era la única esperanza. Escapar… escapar, ¿y después qué? ¿A dónde iría? No tenía la menor idea… sólo me importaba alejarme cuanto antes del conductor y sus ideas de “acudir a la policía”. Realmente no tenía ninguna pista sobre si sería algo útil o no… en vistas del casi secuestro que había realizado de este hombre, probablemente mis perspectivas distaban de ser alentadoras.

D
ivisé una pequeña ventanita, casi del tamaño de un conducto de ventilación, apenas encima de los dos mingitorios que descansaban en una pared. Debía medir unos ochenta centímetros de ancho, y alrededor de treinta de alto. Maldecí por lo bajo… no parecía posible que pudiese pasar mi cuerpo, teniendo en cuenta que no me caracterizaba por ser de físico menudo; además, el ángulo que tenía era demasiado incómodo, tendría que treparme haciendo pie en los mingitorios, si es que lo lograba sin resbalarme. “Perdido por perdido”, me dije, recordando lo difícil que sería escapar por el medio del playón de la estación de servicio, y traté de encaramarme hacia la ventanita. Primero necesitaba llegar a intentar sacar el vidrio, para luego buscar pasar mi cuerpo por el pequeño agujero. Sabía de lo imposible de la misión, pero nada me impidió pasar unos dos o tres minutos intentando que mis pies no resbalen por la cerámica del mingitorio, hasta finalizar enfadado conmigo mismo por mi falta de agilidad. Miré la ventana con rencor, como culpándola de mi situación. De pronto vi con el rabillo del ojo un reflejo en el espejo que me llamó la atención; miré asombrado, viendo que aquel proyectaba mi propia imagen delante de mí. Me quedé mirándome como si no entendiese quién era esa persona que veía… en cierta forma, era conocerme por primera vez: delante de mí tenía un hombre rapado a cero, de casi un metro noventa, con aspecto de pesar unos ochenta y cinco o noventa kilos, ojos marrones y un corte en la frente con algo de sangre seca. Mojé mis manos y me limpié el rostro, cuando mis ojos se posaron en mi muñeca: “la pulsera”, me dije. “¡Puedo leer la pulsera!”. Acerqué mi muñeca a mi cara, asegurándome de poder leer bien el contenido de la pequeña placa metálica. Contuve la respiración, ansioso por poder ver por fin mi nombre… “¿¡qué otra cosa podía decir en ella!?”



T
ras unos segundos, exhalé, resignado. Un número. La placa no tenía más que un número, tallado en el metal, casi desgastado, como si llevase mucho tiempo allí, descuidado. “Dos dos quince”, releí, repitiendo las palabras en voz baja, como queriendo encontrar un significado. “Dos dos quince”… ¿qué demonios podía significar eso? La placa estaba entera, así que no había forma de que fuese parte de un número de teléfono; no parecía ser una fecha, ni tenía ninguna otra palabra a la que pudiese asociarse para conformar una dirección. “2 2 1 5”. Nada más que eso. Una pulsera de metal con cuatro números escarbados en ella; eso era todo lo que tenía como vínculo con mi pasado. Mi ropa y una pulserita con un número, y nada más; nada en los bolsillos, ningún papel que me indique cómo proseguir.

Apreté los dientes, insultando, pero al mismo tiempo una puntada de dolor atravesó mi cabeza. El dolor era ya casi intolerable, nublando mi vista y haciendo zumbar mis oídos. Todo parecía estar empeorando…

A
brí la puerta del baño, fustrado por mi fallido intento de fuga, y salí al playón, meditando cuál podría ser mi estrategia para evitar terminar en la comisaría, ya decidido a no subir al auto. ¿Cómo hacer para escapar del conductor? ¿Qué podría hacer si los empleados del lugar habían sido puestos al tanto por el hombre sobre mi caso? Maldije la pequeña ventana del baño, negando la única escapatoria de un plan que había parecido inteligente pero ahora, de pronto, ya no tenía sentido; resignado, me preparé para entregarme a mi destino.

Capítulo I - "Nada" - Episodio VII

VII


C
erré los ojos con fuerza, deseando que al abrirlos mis sienes hubiesen dejado de latir. No tardé más que unos segundos en maldecir la incipiente jaqueca que me estaba empezando a dominar. Nervioso, sequé la transpiración de mis manos en los lados de mi pantalón; el corazón me latía desenfrenado, intuyendo lo que estaba por hacer, mientras la respiración se me entrecortaba. Junté valor; el miedo a actuar por suerte no llegaba a eclipsar el pavor a la idea de no actuar y llegar a una comisaría. Tragué saliva y dejé escapar mi comodín, la frase que iniciaba mi plan de fuga, mi tal vez única chance para bajar del coche sin levantar sospechas.

- T
engo miedo de ir a una comisaría –le dije, regodeándome perversamente en lo que parecía ser la excusa perfecta: mentir descaradamente-. Uno de ellos tenía un corte militar, y por lo poco que sé la pistola que tenían era como las reglament…

“N
o”, dijo, con voz baja pero determinada. “¿Qué?”, intercedí. Al instante me di cuenta de que mi plan, elaborado en pocos segundos y casi sin fuerzas para pensar, hacía agua. “¿Te secuestran y no querés ir a la policía?”, dijo. Seguía con la vista fija hacia delante, los nudillos blancos de la fuerza que hacía sobre el volante. Me pregunté si él sería conciente de eso…

- E
s que… mirá, tenían pinta de policías. El corte de pelo, el arma, el… -pensé en seguir añadiendo cosas. Cada vez sonaba menos creíble, hasta para mí. Temblé de sólo pensar en seguir la mentira y que eso pusiera aún más nervioso al conductor que, para mi pesar, tenía mi vida en sus manos, manejando a la velocidad que lo estaba haciendo. El silencio invadió el auto, lo que sumado a la oscuridad reinante le daban un aspecto funesto. Traté de analizar mis opciones… sin dudas que pelear por el control del auto no era la ideal, en vista de lo sencillo que sería que ninguno de los dos logre dominar el volante antes de chocar. Pensé en intimidar al hombre, pasar de víctima a victimario y obligarlo a que estacione, dejándome el auto a mí. Sería la frontera que menos beneficio me daría el cruzar… y sobre todo, no sabía cómo reaccionaría el hombre. Me sentí atado de pies y manos, dirigiéndome inminentemente a un destino que no me garantizaba nada de confianza… una comisaría.

C
aí en la cuenta de que estaba jugando distraídamente con la pulsera. Intenté acercarla a la luz para buscar leer sus letras, pero la oscuridad seguía impidiéndolo. Le di vueltas, en busca de algún ángulo que pudiese favorecer mi visión, reflejando la luz en la parte metálica del brazalete. Al cabo de unos instantes otra oleada de jaqueca me castigó, haciéndome apretar la mandíbula con fuerza. Me insulté por dentro, sintiéndome demasiado débil –física y mentalmente- como para salir de esta situación. Comencé a entregarme a mi destino… la idea de la comisaría no era tan mala como minutos antes. Lamenté estar entregándome tan fácil, pero… a estas alturas, no tenía energías para mucho más. Resignado, me hundí en el asiento, y llevé mi rostro hacia la ventanilla, con desgano. Recuerdo haber estado preguntándome en qué día estaríamos, cuando escuché al hombre insultando en voz baja, lo que en cierta forma me asustó más de lo que habría logrado la misma frase dicha gritando. Posé mi vista en el hombre, entendiendo enseguida por su mirada cuál era el problema: el indicador del tanque de nafta estaba casi en “Vacío”. Me echó una fugaz mirada atemorizada, como queriendo comprobar si yo también me había dado cuenta; tenía pánico en los ojos. Pánico.

N
o tardé más que unos segundos en entender que no llegaríamos a la Comisaría sin rellenar el tanque, y que eso seguramente inquietaba al conductor. No creo que nada lo hubiese alegrado más que sacarse de encima a su inquietante acompañante cuanto antes… pero sin embargo teníamos que ir a una estación de servicio. Al instante me di cuenta de que esa era una gran noticia para mí… el auto estaría detenido. Podría abrir la puerta, bajarme y escapar, o hasta intentar apoderarme del coche, si es que me animaba a las consecuencias que eso podría traerme.

Momentos después, una estación de servicio asomó en el horizonte, trayendo consigo la inquietante duda acerca de si el hombre pararía en ella, o intentaría heroicamente seguir viaje hasta la comisaría. Pensé que debía hacer algo al respecto, asegurarme de realizar esa detención, la que posibilitaría tal vez mi única vía de escape. Casi sin darme cuenta, bajé la ventanilla del coche mientras me recostaba en el asiento. El hombre me miró, temeroso, mientras casi inconcientemente, como si estuviese siguiendo un guión preestablecido que conozco de memoria, hice una ademán de ahogo, acercando mi rostro al vidrio abierto; el viento me despeinaba, envolviendo mi rostro en aire. “Necesito… devolver”, dije, simulando descompostura. La jaqueca latía en mi cabeza, con violencia.

- ¿
Cuánto falta para la estación de servicio?-, dije. El hombre me miró, perplejo. El silencio se volvió intolerable mientras más me daba cuenta de lo que había dicho, y de que no había tenido control sobre ello. Me estaba volviendo un autómata, y la sensación no hacía más que darme mala espina. Pareció una eternidad, hasta que al final dijo que creía que estábamos a unos dos minutos. A pesar del cansancio y de este cuasi-dominio de mi parte inconciente sobre mis acciones, pude concentrarme en una idea: si quería escaparme, debería hacerlo en la Estación de Servicio, y sin levantar sospechas. Era la ocasión ideal para tomar esa decisión, más que nada porque sería seguramente mi única pausa previa a la comisaría. Por un momento pensé en empujar al conductor ni bien estacionase el auto y quedarme con él, aunque rápidamente descarté la idea: más allá de que no estaba seguro sobre si podría conducirlo, me atemorizaba pensar que un acto como ese, con testigos a la vista como seguramente serían los empleados de la gasolinera, era casi cavar mi propia tumba. Sin saber quién era ni donde estaba, sería cuestión de tiempo hasta que la policía me encontrase. Debía seguir jugando a escapar, como cuando vi el haz de luz en pleno bosque.

A
lo lejos vi aparecer una estación de servicio. Volví mi rostro hacia la ventanilla, como deseando absorber el aire fresco de la medianoche, mientras mi cabeza daba vueltas pensando cómo realizar un truco digno de Houdini: escapar de la estación de servicio sin que nadie se diese cuenta. Con el rabillo del ojo miré hacia delante: tenía un minuto o menos antes de que estuviésemos estacionando.

Aspiré profundo el aire de la noche y cerré los ojos. La migraña estaba empeorando a pasos agigantados.

Capítulo I - "Nada" - Episodio VI

VI

- E
h… estás sangrando…

Pegué un respingo en el asiento, quitando la vista del paisaje y saliendo de mis cavilaciones; lo inesperado de escuchar la voz del conductor opacó el significado de esa frase, al menos de momento. “Sí”, contesté, desganado, como quien asiente en una conversación pasajera sobre el clima. El hombre mantuvo la vista fija delante, tal vez todavía intimidado por la forma en que le grité –violentamente, sin duda- que “mantenga la vista al frente y conduzca” al subir al auto. Recuerdo que, entre todas las cosas que estaban pasando al mismo tiempo y mi sensación de estar naufragando en medio de una situación que me superaba, al subir al coche me sentí como pasado por encima por una aplanadora: había podido ver en su placa delantera que era un Fiat 128, como aquél que me había desvelado en recuerdos al escuchar su motor en la lejanía. La oscuridad reinante no me había dejado echar una mejor mirada para sacarme esa duda que ahora me carcomía, y que sin duda no podía resolver estando el coche en movimiento: ¿era un auto azul oscuro, como ese que me había visitado en una suerte de ensoñación? De hecho, ¿había sido un recuerdo… o una premonición? ¿Podía ser que al escuchar un motor hubiese identificado con tal precisión que se trataba exactamente de un Fiat 128? ¿Podía ser eso una conexión con mi pasado? Quiero decir, uno no reconoce todos los motores que escucha, de eso estaba seguro… pero… en mi caso, ¿se trataba de que yo había tenido alguna vinculación severamente fuerte con un auto de estas características? Quién sabe, tal vez yo era un mecánico, o un piloto, o un aficionado a los autos… o quién sabe cuál era la justificación… yo había sido alguien, y ahora lo seguía siendo… pero sin saberlo.
Sin duda que estaba en un laberinto demasiado grande como para encontrar fácilmente la salida…


Para cuando el hombre había roto el tácito pacto de silencio que teníamos yo estaba en medio de este tren de pensamientos, mirando perdidamente por la ventanilla como durante esos minutos en que habíamos arrancado en medio de la nada; creo que perdí mi mirada en el paisaje por una suma de factores que había evaluado inconcientemente: desde el hecho de querer ver mejor la zona donde estábamos, hasta el hecho de que para dar mayor entidad a mi mentira –involuntaria, quiero aclarar- debía mostrarme preocupado por “quienes nos perseguían”. Creo que también quise escapar de la probable mirada escrutadora del conductor del auto… no me gustaba la situación. Ojo, me sentía cómodo, y eso aún hoy me da escalofríos… estaba mintiendo instintivamente, y creo que muy bien, como si toda la vida hubiese sabido actuar, o como si dada la situación de una presa indefensa me había vuelto un experimentado cazador, en tan solo un abrir y cerrar de ojos. “Sangre”, pensé de pronto, llevándome una mano a la frente en un acto reflejo. “Dijo que estaba sangrando”... pasé la yema de mis dedos por mi frente, en un gesto que intentaba parecer distraído. Con el rabillo del ojo miré al conductor, quien seguía encorvado sobre el volante, la cara casi pegada al parabrisas, en una posición inverosímil. Me pregunté si estaba temblando; su mandíbula se movía frenéticamente, y su labio inferior se arrastraba por sobre el superior, como si estuviese evitando romper en llanto. Y de pronto, así sin darme cuenta, me encontré con que me había llevado los dedos índice y mayor a la boca, en gesto pensativo… y el gusto a sangre me resultó familiar, lo suficiente como para hacerme alejar la mano de mi rostro, como quien aleja una serpiente a punto de morderlo.

- ¿¡Qué pasó!? –gritó el hombre; o mi gesto fue evidente, o sus nervios estaban por traicionarlo. Por algún motivo, en ese momento no caí en la cuenta de que él estaba llevando un auto a toda velocidad en medio de una carretera rodeada de árboles y oscuridad; sin duda, no era el prototipo de chofer que uno quisiera para esa situación. Incomodado por su pregunta, evité responder sobre mi gesto al darme cuenta de que mis dedos habían tocado sangre reseca en algún lugar de mi frente –seguramente producto de algún rasguño al caer del árbol, dado que no recordaba golpes posteriores-; en cambio, mi respuesta fue mucho más abarcativa: decidí proseguir con la mentira, buscando darle fundamentos. De hecho, enseguida entendí que eso me podía servir para echar algo más de luz a mi situación actual…

-M
e… no sé, creo que me secuestraron… yo salía de casa, me… me metieron en auto, y no recuerdo nada más…

Una rápida ojeada al hombre me hizo ver que él estaba apretando los labios, nerviosamente; la luz interior del auto era casi inexistente, pero hubiese podido jurar que sus nudillos estarían blancos de tan fuerte que seguramente estaría apretando el volante. Atropellando las palabras entre sí, casi encimándolas, le expliqué que de pronto me habían soltado en medio del bosque, sin saber ni dónde estaba ni hace cuánto. “¿Dónde estamos?”, le pregunté, intentando ocultar mi corazón y su intento por salir de mi boca, ansioso por volver a escuchar un sustantivo propio tras tanta incertidumbre. Fuese que me dijese algo conocido o no, aún si el nombre no aportaba ninguna luz a la penumbra de mis recuerdos, sería tener algo, algo en medio de la nada en que estaba.

- ¿A
hora? Eh… Ezeiza –dijo, y me sentí morir de alegría; debo de haberme reclinado en el asiento, levantando la cabeza al techo del auto y exhalando triunfal. Probablemente pueda escribir hojas y hojas, pero no llegaré ni remotamente a explicar la inmensa alegría que me envolvió… como si un avión estuviese cayendo y tras haber tenido unos minutos interminables para despedirte de todo y aceptar que estás destinado a morir… de pronto se estabiliza. Algo remotamente similar a eso sentí, sin dudas que más fuerte… “Ezeiza”. No eran sólo seis letras: era el nombre de un lugar que me sonaba, aún sin saber por qué. Pero me sonaba… había hecho eco en algún recuerdo, y me invadió la esperanza de que tarde o temprano terminaría por encontrarlo.

-Es… estamos a dos minutos de tomar la Autopista, la Ricchieri –agregó, sin darme tiempo a intentar buscar recuerdos sobre ese nombre-. Vamos a una comisaría –sin dudas intentaba sonar convencido, pero fallaba miserablemente. Caí en la cuenta de que seguramente… me temía. Temía decirme eso… creo que sospechaba que mis intenciones no eran usarlo como un medio de transporte solamente… de hecho, tal vez ni siquiera se había creído lo del secuestro. Quién sabe, quizás se sentía atrapado con un peligroso extraño a su lado en el auto… Ahora, ¿qué me convenía? Casi como un reflejo natural eché por tierra la opción de “ir a una comisaría”. No estoy seguro por qué pensé eso en ese momento; a 100 kilómetros por hora, cansado, cegado de adrenalina, adormecido por la cantidad de interrogantes… sólo atiné a pensar eso. No estaba seguro de que la policía fuese una buena opción… para empezar, tendría que fingir un secuestro inexistente, y si bien ellos podrían ser mis mejores aliados para unir mi presente con mi pasado, visto que ni siquiera tenía documentación encima… el recuerdo de esa linterna buscándome –en ese momento creí estar seguro que lo hacía-, en mitad de la noche, me hacía desconfiar de todo, y de todos. Pero… ¿qué hacer? ¿Cuál sería mi plan, entonces, si descartaba la primera y evidente opción de acudir a una comisaría?

Traté de pensar lógicamente, pero realmente no podía concentrarme; los pensamientos pasaban a mis costados como luces, de la misma forma que de pronto encontré montones de haces de luz moviéndose cerca de la ventanilla: habíamos entrado en una autopista más grande. Sin duda, el tiempo estaba apremiándome… si mi idea era esquivar la comisaría, tenía que sacar esa opción del tablero cuanto antes. La pregunta era… ¿cómo? No podía saltar del auto en movimiento, así como veía poco factible convencer al conductor de que, a pesar de haber sido secuestrado, sólo quería “que me dejes en un costado del camino”. Me invadió la apremiante necesidad de trazar un plan… ¿cuál sería mi próximo paso? De hecho, ¿tenía alguna opción firme?

E
xhalé con dificultad y desgano. Estaba entre la espada y la pared… o iba directamente a la policía –arriesgándome a que tal vez no fuese una buena opción-, o… ¿qué? ¿Cuánto tiempo podría pasar escondido tras algún árbol de la banquina? Sin dinero, sin una dirección a donde ir, o una pista que seguir… solo, completamente solo. Me sentí pequeño, insignificante, minúsculo… necesitaba actuar rápido, eso era lo único que sabía. Si seguía meditando sin llegar a ninguna conclusión, desembocaría rápidamente en una comisaría… tenía que bajarme del auto. En realidad, primero tenía que encontrar cómo bajarme del auto, y de ahí refugiarme en algún lugar seguro para poder pensar…

P
asamos al lado del cartel luminoso de una estación de servicio; el conductor en esa posición tensa, seguramente deseando estar en su casa con su mujer y sus hijos, o con quien fuese… menos conmigo, acá. Como un rayo, las luces de neón relampaguearon dentro del auto mientras pasábamos delante del anuncio luminoso. Y ahí, como una chispa que enciende una mecha, me di cuenta de que había encontrado un plan.

Capítulo I - "Nada" - Episodio V

V

Tanto meditar, tanto planear, pensar, sopesar decisiones y convencerme de distintas formas de actuar para enfrentar esas situaciones que sabía que encontraría... tantas cosas a las que quería estar atento en caso de encontrar algún otro indicio de vida humana... tanta sangre fría... y sin embargo, el ruido del motor me heló sobremanera, al punto que giré sobre mí mismo y me quedé mirando entre las ramas del árbol que estaba a mi lado, petrificado como una estatua... Mi respuesta fue la misma que la de un venado sorprendido al cruzar una carretera, y eso a pesar de que yo estaba en esa especie de trinchera que me permitía estar a salvo...

E
l ruido provenía desde la parte de carretera que parecía perderse en el horizonte; un motor que sin duda sentía que lo estaban exigiendo más de la cuenta, y tosía febrilmente como respuesta. La imagen mental de un auto azul oscuro me invadió de imprevisto, shockeándome... como entre flashes vi pasar una imagen, demasiado rápida y borrosa como para aferrarme más tiempo a ella... una imagen de ver un auto por dentro, desde... ¿el asiento de atrás? ¿O el del conductor? Era todo difuso... pero sin dudas que el ruido del motor había despertado un recuerdo en mí, alguna memoria de mi "antes" que había logrado salir a flote. La palabra "Fiat" se formó delante de mis ojos, como luces de neón... "Fiat". Ese auto azul era un Fiat... Fiat y un número. Oh, Dios, incluso ahora me invade esa sensación, otra vez... como si los recuerdos estuviesen flotando alrededor mío, y yo estuviese tirando manotazos al aire intentando asir la mayor cantidad posible de ellos... y sin embargo, se vuelven espejismos, macabros reflejos que no logro aferrar. Esa impotencia me invadía... sabía que había algo ahí, un recuerdo estaba aflorando... pero resbalaba, cuando estaba cerca de ver con claridad cómo era ese interior de auto que había llegado a recordar hace instantes, se me iba...

D
e pronto dejé de ver esos recuerdos a mi alrededor, y volví en mí, al mismo tiempo que escuchaba el ruido del quejoso motor a la distancia... venía hacia acá, sin dudas. Miré a mis costados, y rápidamente reaccioné al ver que estaba en un pronunciado declive del terreno, al punto de que me costaba llegar a ver el nivel del asfalto... y ni hablar el horizonte: era virtualmente imposible intentar ver el auto a la distancia, al menos desde acá. Proferí un insulto, más hacia dentro que hacia fuera, y segundos después ya estaba trepando hacia la carretera. Tenía que ver qué era lo que venía, no podía soportar la idea de dejar pasar la chance de observar semejante indicador de que no estaba solo... porque hay que ponerse en mi lugar: en esa situación, la lógica decía que, obviamente, el mundo seguía estando lleno de seres humanos. Sin embargo, la realidad, al menos desde que había despertado en medio del bosque, no hacía más que demostrarme lo contrario.

La representación mental de ese Fiat oscuro volvió a cruzarse, como un fantasma. "Fiat 128", pensé casi sin darme cuenta... sin tiempo de más, miré al horizonte, para encontrarme dos haces de luz que me encadilaban, mucho más cerca de lo que había pensado. Y eso... eso debe haber sido lo que hizo que pase lo que pasó: creo que hasta ese momento yo sólo quería ver el auto, tratar de obtener información al verlo pasar, y permanecer en las sombras. Sin embargo, me apremió la sensación de que en ese auto habría, al menos, una persona. Y no puedo explicar lo que eso produjo en mí... el ser humano no sabe, no, no puede, vivir sólo. No podemos... necesitamos la interacción, la compañía o aunque sea... el saber que tenemos alguien cerca, para bien o para mal. Es como que el mundo nos queda demasiado grande si no... Algo así habré pensado en ese momento; es lo único que justifica que, preso de un ataque de pánico de sólo considerar en cómo seguiría mi vida si el auto pasaba y yo no hacía nada al respecto, que me lancé a mitad de la autopista, levantando mis manos y haciendo gestos al conductor para que frene.


S
í, seguro, me podría haber matado. O sea, estaba en medio de una CARRETERA, apareciendo de la nada en plena madrugada (probablemente), intentando que frene un auto que podría estar viniendo a... ¿100 kilómetros por hora? Ah, y que, como si fuera poco... no tenía ningún motivo como para esperar que un loco saltase desde la banquina hasta el medio de la calle, agitando los brazos como un poseso.

Sí. Fue un milagro que no me atropellase...


E
l encogedor chirrido de las llantas frenando delante mío no fue lo peor; tampoco esa sensación de la piel erizada por todo el cuerpo, en que sentís que el aire se clava en vos, y temés por esa sensibilidad, asumís el dolor que te va a causar el golpe. No; lo peor es que sabés que el bólido que se acerca, frenético, hacia vos, te va a golpear; no lo suponés: lo sabés. Te preparás para el golpe, tensás la columna como si la creyeses capaz de aligerar el impacto; presionás los dientes entre sí, cerrás los puños, clavás los ojos ciegos, mirando sin ver, en esa masa de hierro que se acerca, palmo a palmo, inexorablemente, hacia tu cuerpo. Un golpe inminente que vivís cien veces antes de que finalmente ocurra; un segundo sólo que vale por mil. Y sin embargo, extrañamente, me equivoqué; algo tan seguro, tan obvio, terminó por no pasar. Quién sabe por qué, o cómo, pero el auto se detuvo a unos cinco u ocho metros delante mío, ligeramente tirado de costado, las luces que hace instantes me habían barrido por encima ahora me dejaban en la penumbra invadida por el olor a llantas quemadas. Caí en la cuenta de que estaba agazapado, con mis brazos hacia delante como si hubiese querido oponer resistencia al previsible choque.


P
or unos segundos, nada... silencio; el tiempo, detenido, entre una acción y otra, flotando en el aire. Un tardío bocinazo rompió la calma, y me eché hacia atrás de un salto, el corazón tieso como si lo hubiesen golpeado.


- ¿¡P
ERO QUÉ HACÉS, HERMANO?! -gritó una voz; las luces no me enfocaban, mas tampoco me permitían ver al conductor; al menos, podía deducir por su tono que pertenecía a un hombre relativamente joven. Y ahí, de la nada, algo me hizo actuar; tal vez haya sido el miedo a que arranque y me pase por encima creyendo que quería robarle, o algo; tal vez fuese el temor a que sencillamente me eluda y se vaya, dejándome nuevamente solo. No sé cómo ni por qué, pero me encontré diciendo "ayudame", musitándolo dolorosamente, arrastrando las sílabas una detrás de la otra.

- A
yudame -repetí-, me soltaron... acá....

¿Q
ué estaba diciendo? ¿Por qué? ¿Qué deberia hacer?... nada sirvió. Podía pensar, pero no actuar; no me dominaba, o al menos no coordinaba mente y cuerpo: podía estar imaginando alternativas, opciones, o ideas sobre si me convenía hablar o escapar, pero no tenía control sobre lo que decía; hablaba sin saber "qué", sólo para romper el silencio. Sin esperarlo di un paso hacia delante, hablando con un tono tan creíble que yo mismo me asusté.

- M
e acaban de soltar -dije, firme, hablando lento pero claro y fuerte-. Me secuestraron. Me acaban de soltar... ayudame...

M
e acerqué al auto, a pasos rápidos, dando un rodeo por la parte delantera para tratar de llegar hacia el conductor. Repito, no sé qué hacía... algo actuaba en mí, algo que no me permitía dar opiniones al respecto; era como un avión en piloto automático.

- No, flaco, no...

La voz del conductor sonó mansa, temblorosa, casi adormecida, mientras yo me acercaba a su puerta, tratando de divisarlo en la oscuridad del auto apenas iluminado en su interior por una suave luz amarillenta. Di un paso más, y pude echar una rápida ojeada a él: parecía un hombre de treinta, treinta y pocos años, flaco, con lentes, vestido de camisa y corbata. Un trueno sonó en encima nuestro, pude notar cómo el conductor desviaba la vista al cielo, asustado... me di cuenta de que yo estaba erguido delante de su puerta, y entendí que se sentía intimidado. Creo que es justo aclarar algo que no dije antes, y es que mi aspecto seguramente habrá jugado a mi favor: soy un hombre corpulento, orillo el metro noventa, y tengo una contextura física grande, de espaldas anchas. Seguramente mi forma de hablar y de acercarme lo debía haber hecho pensar que era una trampa, una treta para acercarme a él y sacarlo del auto. En ese momento, es necesario aclarar, no me importó ser el bueno o el malo de la película: me faltaba demasiado información como para poder tomar partido, de hecho, así que decidí jugar con las cartas que tenía en mano.

E
valué rápidamente mis opciones: podía dejarlo ir, o subir al auto con él y... lograr algo, lo que sea. Saber dónde estábamos, lograr que me alcance a algún lugar lejano de este bosque en medio de la nada... cualquier cosa era mejor que quedarme. No tuve tiempo de pensar cómo lograr su cooperación: sencillamente, ese instinto que tanto había decidido obrar por mí se puso la situación al hombro nuevamente. Con un esfuerzo cambié mi expresión, a sabiendas de que no es lo mismo ver a un grandulón que se acerca intimidante que ver a alguien desprotegido que pide auxilio; acerqué mi rostro a su ventanilla, a una considerable distancia.

- POR FAVOR -dije lentamente-. Me secuestraron, hace un rato me soltaron por acá, sos el primer tipo que pasa. Me golpearon la cabeza, creo que me desmayé, debo estar sangrando.

¿Sangrando? ¿Por qué dije eso? De hecho, me señalé el costado derecho al decirlo, como queriendo convencerlo... supongo que inconcientemente quería darle mayor fundamento a mi excusa, que de hecho no estaba tan lejos de la realidad... o quizás quise obrar sobre su conciencia. Si creía que yo estaba sangrando, tal vez creería que yo realmente era más víctima que amenaza, o que estaría obrando miserablemente de dejarme sólo. Él hombre mantenía las dos manos aferradas a la parte superior del volante, tenso, mirándome boquiabierto. La distancia entre los dos, y el hecho de que yo tenía mi mano derecha sobre el techo de su auto, seguramente hacían que esté considerando qué tan dificil me sería estirar mi brazo y sujetar su cuello; estaba aterrado, podía verlo en sus ojos. Sin embargo, no reaccionaba...


Sé que peco de repetitivo, pero insisto, explicar, razonar las cosas, está en mi naturaleza; no puedo contenerme. Creo que también quiero justificarme... no sabía quién era, qué me había pasado, dónde estaba... no pude pensar en los sentimientos del conductor, me vi obligado a ser egoísta y básicamente pasarle por encima. A la vez, la situación era lo suficientemente rara como para que no pudiese deterneme a pensar: cuando vi que tenía la chance de usar a éste hombre para salir del medio de la nada, tanto geográfica como mentalmente, y entendí que era mi pasaje a al menos intentar saber en dónde estábamos... no pensé, sólo actué. El hombre, tieso, pétreo, me miraba fijo; en el momento en que me preguntó "¿Qué?... ¿Secuestrado?", no llegué a pensar lo que hacía, sólo me dejé llevar por ese instinto de superviviencia.


- ¡M
IERDA, AHÍ ESTÁN! -grité, levantando la mirada y enfocándola en algún punto cercano al lugar de donde había visto por primera vez la carretera; el hombre se dio vuelta de un salto, estrujando su pecho contra el cinturón de seguridad. Corrí por delante del auto, con las manos sobre el capot como intentando evitar que arranque y pase por encima mío, y llegué a la puerta del acompañante.

- ¡AHI ESTÁN, ABRIME, ABRIME! -bramé, mientras golpeaba la puerta, casi enfurecido, sorprendido de mí mismo; mientras echaba furiosas miradas hacia ese punto donde había dicho que "estaban ellos" y pensaba si estaba dejándome llevar por el personaje o si, en cambio, estaba conociendo un lado oculto de mi reciente personalidad, cual Jeckyll encontrando a Hyde, escuché el ruido inconfundible del pestillo de la puerta que se abre. Eché una mirada furiosa temiendo que el hombre me hubiese trabado la puerta, ya casi decidido a romper la ventana, enajenado, pero no: el conductor estaba echado sobre el asiento del acompañante, intentando alcanzar la manija para abrirme la puerta y mirarme con los ojos abiertos como monedas.

Abrió la puerta; entré al auto y la cerré tras de mí, mientras el hombre lo arrancaba, quemando las llantas en una desubicada aceleración. Había mordido el anzuelo...

Capítulo I - "Nada" - Episodio IV

IV

C
aminé entre los árboles, de cierta forma protegido por la espesa oscuridad de sus sombras. Sabía que corría el riesgo de estar dando vueltas en círculos, sabía que, de haber alguien buscándome, tal vez terminaba yendo a sus brazos... pero sin embargo era la mejor opción, entre la escacez de alternativas de mi situación.

Tras un largo rato de caminar, ya sintiéndo cómo mis fuerzas se desgastaban, la adrenalina dejó paso a una suerte de estado de ensoñación... consciente de los peligros que podían acecharme, desde el hecho de perderme en un bosque del cual no conocía ni remotamente su extensión hasta el hecho de poder quedar expuesto a algún animal salvaje que me tome desprevenido, seguí vagando igualmente... pensando, más bien, deseando... imaginando el amanecer, el ver la pulsera, tratar de reconocer la zona... Pensamientos utópicos, sin duda, pero yo gustósamente me aferraba a ellos.

Y
así, de pronto, sin darme cuenta del recorrido que podía llevar, casi como dejándome arrastrar por el viento, me di cuenta de que estaba en un lugar al que no había llegado antes... frené en seco, abriendo los ojos por la inesperada sorpresa: estaba delante de una calle asfaltada, vacía pero con aspecto de sólo estarlo momentáneamente. De hecho, un tramo de una ruta, a juzgar por la cantidad de carriles. Me sorprendí de cómo conocimientos anteriores podían aparecer tan facilmente, pero sin embargo otros... eran como ladrillos que faltaban en una pared. Si me ponía a pensar en el hecho de que no sabía ni siquiera en qué país estaba, o en qué año... mejor no; de nada ayudaría sumar boquetes a la pared que sostenía mi cordura.

M
e acerqué a la vera de la ruta, oteando hacia ambos costados en busca de alguna luz que indique la presencia de tráfico, o aunque sea de lejanas luces de ciudad, tanto con temor como esperanza de encontrar respuesta a esas inquietudes... pero nada. Hacia mi derecha se veía una curva en el camino a una distancia no demasiado grande, mientras que para el otro lado el asfalto se perdía en la oscuridad que bañaba el horizonte. Tal vez hubiese algo ahí, pero... imposible saberlo con estas malas condiciones de visibilidad.

Me detuve a pensar durante unos segundos, refugiado en las sombras... esté donde esté, no lograba nada escapando de la situación: eso era seguro. Eventualmente moriría de hambre, o sería atacado or algún animal, o algo... además, no tuve que hacer demasiado esfuerzo para convencerme de que la ansiedad, la falta de respuestas y la ignorancia sobre mi situación iban a terminar por consumirme en poco más. No ganaba nada con quedarme esperando... era lo opuesto a ir corriendo sin tomar recaudos, pero ambas opciones se asemejaban en cuanto a su poca utilidad... y la curiosidad era cada vez más fuerte. Seguir por el bosque no era una buena opción; caminar por la carretera, tampoco: quedaría expuesto a ser visto por cualquier cosa, y como ya expliqué antes, prefería ser yo quien elija con quien interactuar, y con quien no...

S
in embargo, la carretera iba a desembocar en algún lugar eventualmente; sólo me quedaba desear que no fuese lejos... y dada la situación, no perdía nada en intentarlo. Volví a examinar mis dos opciones: lamentablemente veía demasiado poco como para darme una idea de distancias, lo cual comenzó a potenciar la alternativa de acercarme hasta donde el camino daba una fuerte curva... me convendría acercarme allí para, aunque sea, saber si era una opción tan llena de incógnitas como la otra, o si tal vez me podría permitir sumar alguna otra precisión. Viendo en detalle, noté que una densa columna de árboles se extendía paralela a la ruta del otro lado de la misma. Instantes después me encontré cruzando la carretera, dispuesto a caminar entre las protectoras sombras, pudiendo aprovecharlas para examinar la ruta. No podía escuchar ruidos de motores, ni siquiera a lo lejos, pero sin dudas que eventualmente pasaría algún auto... tal vez suene extremista, pero hasta el sólo hecho de ver un auto pasar a toda velocidad a un costado hubiese servido para mejorar mi situación: era saber que no estaba solo, sea eso una buena o mala noticia. Cuando me di cuenta, estaba en medio del asfalto, caminando a paso lento y distraído; pegué un salto y me refugié al otro lado de la autopista, pensando que tanta meditación podía llevarme a eso: ponerme en peligro estúpidamente. Sacudí la cabeza y seguí caminando.





A
l poco rato a lloviznar, garuando con leves gotas que emulaban un fino rocío. Esta zona, también boscosa, tenía un suelo mucho más blando que la que había estado recorriendo antes, del otro lado de la autopista; aquí parecían aparecer baches de fango cada pocos pasos, e incluso en un par de ocasiones sentí que mi pie se hundía en el espeso barro. De hecho el terreno tenía un desnivel en relación a la ruta, tomando una forma casi acanalada, dejándome a unos sesenta u ochenta centímetros menos con respecto al nivel del asfalto. En cierta forma, era una ventaja: sólo tenía que asomar poco más de la mitad del cuerpo y ya podría ver si algún auto pasaba por la autopista, espiándolo a hurtadillas desde la seguridad de mi pseudo-trinchera. Llevaba el oído atento para que, ante cualquier ruido de motor en la lejanía, pudiese camuflarme en el paisaje y espiar, o no sé... de hecho, realmente no sabía qué quería lograr observar, en caso de ver un auto... ¿la patente? ¿Podría reconocer en qué país estaba con ese detalle? ¿El tipo de auto? ¿La zona en la que estaba?... con un escalofrío aparté esa cadena de pensamientos, la cual sólo me hubiese llevado a chocar contra la pared de mi falta de control sobre la situación.

"Sobrepasado", pensé, y seguí caminando, algo agazapado, intentando no perder el equilibrio al pasar entre raíces de árboles, montículos de tierra o pequeños baches lodosos. Me di cuenta de que estaba caminando apresurado, como urgido para llegar a algún lado; en eso, mientras me seguí intentando mantener en trance, ajeno a cualquier pensamiento, ese castillo de hipótesis, tranquilidad y serenidad que estaba pensando se vino abajo: escuché el motor de un auto.

Capítulo I - "Nada" - Episodio III

III

No sé por cuánto tiempo corrí, pero lo sentí como mucho. Tal vez hayan sido cinco minutos, tal vez diez... no pude llevar control del tiempo, enfrascado en correr más rápido de lo que pudiesen moverse mis piernas, jugando a pasar entre los árboles echando frenéticas miradas a mis espaldas. Huí. Escapé. Y en esas circunstancias, doy fe de que no hay forma de saber fehacientemente cuánto tiempo puede haber pasado... uno no mide el tiempo, el corazón late tan de prisa que cambia la forma de sentir los minutos... cada segundo se vuelve eterno, al menos te llegás a convencer de eso. Y yo corrí... estaba tan asustado, lo suficiente como para reaccionar de manera tal que todavía cuestiono la veracidad de ese haz de luz... a ver, quiero ser claro: probablemente existió. Tal vez fue un relámpago, o un reflejo de algo, la verdad que no sé. Sólo sé que me asusté tanto que eché a correr, con la boca abierta como queriendo gritar, el cuerpo sacudido febrilmente por temblores de adrenalina... corrí. Cobardemente, más allá de que creo que cualquiera hubiese hecho lo mismo -enfrentémoslo, estaba tan perdido en mis pensamientos que ver un reflejo de luz fue como sentir una mano gélida que se apoya en tu nuca sin previo aviso.

Bueno, el hecho es que me llevó el diablo, y corrí hasta el punto de fundir mis energías y de pronto frenarme inclinándome hacia delante, las manos en las rodillas, súbitamente ahogado y sin poder respirar, hasta que poco después mis piernas cedieron y tuve que hacer lo posible para acomodar mi cuerpo y dejarme caer al suelo de costado. Sentí que no podía respirar, como si mi corazón estuviese quieto, sin pulso. Abrí la boca tratando de inflarme de aire, pero creo que no logré hacerlo; me estremecí en temblores, y de pronto la temperatura cambió, y ahora tenía frío, mucho frío. Muy poco después ya sentía congelarse mi interior, y la piel -seguramente transpirada- que parecía estar bañada en agua helada. Intenté respirar con desespero, abracé mi estómago con mis brazos y me balanceé hacia delante y detrás, lo cual llegó a calmarme.

Pasé unos momentos así, hasta que recordé la luz, y el motivo de mi huída. Recorrí el lugar con la vista, sin sorprenderme de que sólo vea árboles, árboles y árboles, todo alrededor. Pero, por suerte, nada de luces. Junté fuerzas para levantarme, pero fallé, quedándome sentado entonces, en la búsqueda de calmar mi respiración. "Relajate", me dije... estaba tan perdido... entendí lo precario de mi situación, y aparté el pensamiento en un acto reflejo... no necesitaba preocuparme más, necesitaba entender, como primera medida. Me encontré pasando mi mano por mi cabeza, instintivamente. Mi pelo... sé que había tenido pelo. Lo sabía, y me reconfortó esa pequeña seña de identidad. No sabía quién era, dónde estaba, nada... sólo sabía, a puro convencimiento, que algunas cosas todavía estaban conmigo... mi cabeza rapada no era "mía", o al menos no la reconocía así. No sabía cuánto tiempo atrás me habría (¿habrían?) cortado el pelo; al nunca haberlo usado así, era dificil determinarlo, pero asumí que llevaba un par de semanas, basándome en su grosor.


M
e invadió una idea, y acto seguido revisé frenéticamente mis bolsillos, en busca de una billetera, un carnet, alguna documentación, cualquier cosa que pudiese hablar de mí. Estando en blanco como estaba, hasta un boleto de colectivo hubiese sido importante... pero no. No tenía nada en mis bolsillos. Y sin embargo... el tiempo se frenó cuando me di cuenta, preguntándome cómo no me había percatado antes; atónito, boquiabierto, llevé mi muñeca derecha delante de mis ojos, envuelto en una exhalación que pareció ser eterna: tenía... algo, una especie de placa, en mi muñeca. Pasé la mano izquierda por encima, acariciándola, conociéndola... no era exactamente una placa, como primero pareció. Era una pulsera, fina, de metal, cuya parte superior era una pequeña plaquecita rectangular que iba de lado a lado de la muñeca, mientras que en la parte inferior era una suerte de cadenita. Me quedé mirándola embobado, fascinado... creo que me hipnotizó, aunque no sé si fue el hecho de no haberme percatado de esta pulserita hasta ahora, o la idea de que... era algo mío. Algo de mi "antes", que me podia ayudar a entender el "ahora". Traté de levantarla con la mano izquierda, no sé si esperaba encontrar algo debajo o qué... pero curioseé, exploré, la traté de ver desde todos los ángulos, supongo que tenía la expectativa de que de pronto apareciesen mis recuerdos uno tras el otro, como si formasen una cadena que voy sacando de agua lodosa.

Y sin embargo... nada. Al poco rato me frustré... bah, me resigné. No me frustré... ya sabía que estaba esperando un milagro. ¿Cómo recordar quién era antes, si ni siquiera podía saber quién era ahora? O en realidad, ¿podía saber quién era ahora si no tenía la información del antes? Pasaba lenta y distraídamente mis dedos sobre la chapa metálica de la pulsera, mientras cavilaba sobre esto, cuando... algo me llamó la atención. Había... ¿podía ser? ¿Había una inscripción, o algo grabado? Mi intriga reapareció con violencia, el corazón dando un brinco, mientras me inclinaba hacia delante y buscaba que la tenue luz de la luna pudiese iluminarme para intentar leer.


S
í, definitivamente había algo escrito en la chapita; parecía ser una palabra corta, tal vez dos. Me desesperé por no poder ver, mientras me movía en todos los ángulos posibles buscando que la luz mejore mi visión, pero fue infructuoso; pasé al plan B, y comencé a recorrer detenidamente las hendiduras con mi dedo índice, por momentos apartando la vista, en otros cerrando los ojos, y a veces mirando sin pestañear, pero no sirvió de nada: no podía entender qué decía la placa. Para peor, empezaba a hilar hipótesis, y todas resultaban importantes: ya sea que lo allí escrito era mi nombre, o el de una pareja o familiar, o más no fuese el nombre de algo... era información. Era leer algo sobre mí, saber algo mío... y sin embargo, estaba ante una calle sin salida. Cerré los ojos, reteniendo el aire, buscando tranquilizarme. Al poco rato me di cuenta de que no tenía luz... por ahora. Eventualmente amanecería, y podría leerlo tranquilamente; un manto de confianza me invadió, así como me inquietó una leve vocecita que, en algún lugar de mi mente, me susurraba bajo algo. No le di importancia por un rato, tratando de normalizar mi respiración, pero cuando me recosté en el pasto pensando en si al amanecer conocería mi nombre, el de una novia o esposa, o algún hijo... en ese momento me di cuenta de lo que decía esa vocecita: amanecería, y sería más facil que cualquier persona me viese. Y eso... ¿sería bueno o malo? ¿Podría confiar en alguien? La reacción natural obviamente que es decir "sí", pero... no recordaba nada del "antes". ¿Y si había hecho algo malo? Era un pensamiento paranoico, seguro, pero...


Bien, mejor, hago una pausa, a ver si me explico... tengo una tendencia natural a buscar analizar las cosas, a pensar el mejor y el peor escenario, y compararlos. Es algo instintivo, que sin dudas no pude haber olvidado, tal como uno jamás olvida cómo respirar, o su forma de caminar. Y esta tendencia a evaluar todo es, seguramente, lo que me llevaba a tratar de pensar, en vez de actuar ciegamente. Muchas personas seguramente hubiesen corrido a tientas hasta encontrar a alguien, porque, honestamente, nadie quiere estar solo. No en esta situación. Pero yo... no podía arriesgarme a ir corriendo a los brazos de alguien, y que tal vez la bienvenida no fuese lo cálida que uno desease.

Me sorprendí al darme cuenta de algo... la imagen del probable haz de linterna que me había hecho escapar... ¿y si me seguían? ¿Y si era alguien que me buscaba? No recuerdo haber escuchado que gritasen un nombre, dado que eso generalmente es lo que uno hace cuando busca a alguien... que quiere ser encontrado. No. Era nada más un haz de luz, cortando la noche en dos. Reprimí un escalofrío; "suposiciones", me dije. Estaba imaginando el peor escenario, como siempre. Pero... ¿y si...?

No sé por qué, pero de pronto me levanté, intentando evaluar si podía pisar sin problemas, y sorpendiéndome de encontrarme con las fuerzas que poco atrás me habían abandonado. No sabía cuando, pero eventualmente iba a amanecer, y no ganaba nada quedándome a la intemperie. Si alguien me buscaba, estar quieto era entregarse a la captura. Y para bien o para mal, prefería ser yo quien decidiese si hacer contacto o no con otra persona. Mi instinto de superviviencia estaba al nivel de una alerta roja de paranoia, pero me sentí cómodo con él. No iba a quedarme de brazos cruzados. Necesitaba la luz para leer mi nombre en la placa, pero tenía que aprovechar la oscuridad para llegar a algún lugar seguro, o al menos a algo que se le parezca...

Capítulo I - "Nada" - Episodio II

II

N
ormalmente uno dice que todo depende del contexto, pero nunca llegamos a, realmente, entender eso. Siempre creemos que ante una situación extrema es difícil mantener la cordura, y que uno debe aferrarse a algo para evitarlo, y sin embargo seguimos soñando con que un día nos encontremos un OVNI y tengamos la lucidez suficiente como para entablar conversación; pensamos que ante un asalto debemos mantener siempre la calma, pero no nos damos cuenta que, llegado el caso, paralizarse, o actuar contra la lógica, es mucho más común de lo que uno se imagina. Es tan difícil darnos cuenta de que no podemos preveer todo, ni somos tan fríos como creemos. Estamos tan aferrados a sobrevivir como pensamos; sin embargo, no nos damos cuenta de que la supervivencia antecede a la racionalidad, y seguimos creyendo que trabajan en conjunto, y que podemos dominarnos ante toda circunstancia.

¿A qué voy con todo esto? Bueno, contándolo ahora, creo que parece más que obvio que algo raro me estaba pasando: de pronto estaba en un descampado en medio de la nada, sin recuerdos previos no sólo de "cómo llegué ahí", sino que ni siquiera recordaba mi nombre, o qué estaba haciendo unas horas antes, incluso me era esquiva la idea de si estaba solo o no. Es más, tenía un golpe en la cabeza, de eso estaba seguro, haber sufrido un golpe fuerte en la parte superior del parietal izquierdo. Todo indicaba una sensación de peligro, o adrenalina; diciéndolo ahora, insisto, es obvio. Y creo que en ese momento lo era, no lo niego.

Pero sin embargo, me congelé. ¿Cuánto tiempo? No, no lo sé. Pero me quedé estático, supongo que habré tenido la boca abierta como un idiota, la mirada como embelesada, clavada en el árbol de delante mío, como si estuviese esperando que hable y me explique la situación. Es... realmente, me da furia pensarlo, bah, aceptarlo, pero... me petrifiqué. ¿Corría peligro? No sé... pero ahí me quedé, expuesto, entregado, y con esa... maldita sea, me enfurece recordarlo, pero me quedé con una suerte de parálisis, "en blanco". Como si esa pseudo-amnesia que envolvía los recuerdos de mi identidad se hubiese expandido hasta llegar, incluso, a las nociones básicas de "levantar las piernas para caminar", o "inhalar y exhalar para respirar". Me quedé como una estatua. Habré pasado minutos, la verdad no sé; ni siquiera tengo recuerdos de haber pensado algo. Estuve "en pausa". Y así fue un largo tiempo, y era conciente de eso, de estar quieto. Quería moverme; no podía.


Recuerdo que de pronto sentí casi como si un hechizo se desvaneciese, y de pronto me pude mover. Pegué una sacudida, como un perro que se saca de encima el agua de mar, o como si me quisiera sacar de encima esa sensación de vacío, de quietud. Dí un paso al frente, y giré sobre mí mismo, tratando de entender algo, cualquier cosa que me ayude, alguna luz sobre la oscuridad que me envolvía. Y no sólo metafóricamente, eh... realmente, estaba en penumbras. La luna, en cuarto creciente, y las estrellas... mi única guía. El olor a pasto, la sensación todavía húmeda del cuerpo, indicándome que había llovido, o el rocío había regado la zona; el viento fresco, ya impregnándome de una temperatura lo suficientemente baja como para empezar a desagradarme. Serán quince, doce grados; mi ropa no servía para darme una buena protección. De hecho, estaba vestido con un pantalón de pana de algún color claro, y una camisa a rayas verticales, creo que blanca y de un azul violáceo; tenía unos mocasines, o algo parecido, sin medias. La ropa parecía tener manchones, no sé si de suciedad, o barro, o qué. Concentré la mirada en ella, por un momento, pero no: no logré asociar ningún recuerdo a la misma. O a nada.


Miré mi muñeca, más por instinto que por necesidad: no, no tenía reloj. Sé que suena estúpido, pero por un segundo había sentido la esperanza de ver la hora, el día, el mes... el año. Suena ridículo, estoy seguro. Pero hasta esa información tan poco útil hubiese sido de utilidad en ese momento. De pronto me encontré pasando una mano distraídamente por mi cabeza... la suavidad del pelo rapado, dando esa sensación de "novedad", de no llevar registro de haber hecho eso, ni siquiera tenía la sensación. Es más, si alejaba la mano albergaba una leve sospecha de que todavía tenía algunos mechones lacios asomando en el cuero cabelludo, pero no. Nada...


Me di cuenta de que llevaba mucho rato perdido en esa dialéctica interna; asumiendo que no iba a recobrar pedazos de mi vida pasada, o al menos no ahora, me concentré en sentir mi cuerpo, en darme cuenta de qué zonas presentaban dolores. La cabeza, por un lado, me dolía, en una mezcla de jaqueca y la molestia causada por el hematoma. Pasé un par de segundos, concentrado en respirar, con los ojos cerrados, como meditando. La parte posterior del antebrazo izquierdo presentaba algún moretón que se potenciaba al tacto; la muñeca derecha también parecía resentirse al tener movimiento. La rodilla derecha presentaba una raspadura, al menos así lo parecía al roce de mi mano. Pero... ¿qué me había pasado?


Lo primero que logré recordar fue esa sensación de despertar de pronto y estar cayendo, y el dolor de cabeza. Seguro que ahí me golpeé. Pero... ¿cómo? ¿Por qué? No estaba hablando de haberme caído de lado, nomás. Parecía como si hubiese estado durmiendo de pie y me hubiese despertado al estar cayendo... pero... todavía no me cerraba. Algo no me convencía en esa explicación... y eso sin mencionar que todavía seguía resultando un misterio insondable el hecho de no saber nada más de mí.

Di unos pasos hacia delante mío, tratando -infructuosamente- de darme cuenta de dónde había caido, o cómo me había tropezado, pero nada. Árboles, y nada más que árboles. Claros de pasto alto y descuidado, mayormente. Miré mi cuerpo, mi camisa descolorida cubierta de pequeños pastitos... y un par de hojas; parecía un fallido intento de camuflaje. Me puse a tantear por el suelo, sí, a gatas, viendo si encontraba alguna roca. Me había puesto a urdir enfermizas hipótesis... ¿cómo me había golpeado? De haber sido contra el suelo, sería difícil haberme hecho el hematoma que sentía; hallar una roca grande daría más rigor a esa teoría. Me di cuenta de que me dolía el hombro izquierdo, también, y la zona del omóplato. Recordé, como pude, las memorias más lejanas que tenía: unas que habían sido, como mucho, hace un par de horas. Como mucho...

Caía. Eso lo recuerdo bien. Caía; como si me hubiesen eyectado de una cabina de avión, como si hubiera saltado al vacío. Recuerdo que llegué a sorprenderme de la situación, más que nada por no darme cuenta de qué pasaba; recuerdo haber llegado a preguntarme si en verdad estaba parado y sin sentir nada bajo los pies, como si hubiera... levitado. Claro. De pronto me formé una imagen... había caído parado; de dónde, no lo sé, pero no fue un "tropezar y caer". Había caído como un paracaidista... recordé haber aterrizado con la rodilla, haberme desplomado... hacia la izquierda. Y luego el golpe en la cabeza. Claro.

En ese momento sentí una leve excitación, como quien coloca una pieza clave en el rompecabezas y siente que ahora sólo queda terminar de completarlo, pero que su dibujo ya va tomando forma. Ahora que recuerdo todo eso... ja, me río. Me da risa pensarlo... pero tal vez todo fue sugestión. Fui asumiendo cosas... "caí parado, aunque no apoyé los pies en el suelo, sino las rodillas, y me fui hacia el costado izquierdo". Ningún hecho... sólo suposiciones. Claro... nunca sabré realmente que había pasado, pero en ese momento no podía estar sin certezas. Tenía que tener algo, alguna cosa "firme" en qué creer. Es realmente difícil construír algo sin cimientos, así como no creo que hoy podría estar acá si no fuese por eso... asumí cosas, tal vez inventé otras, pero con eso me quedé tranquilo, al menos durante años viví con la certeza de que mi primer recuerdo consistía en una caída y un golpe en la cabeza. Ojo, no niego que ambas cosas existieron, eso es indudable; lo que puedo poner en tela de juico es "cómo" pasaron ambas, pero... ya no sirve de nada. Edifiqué mi vida en eso; ése fue el punto de partida, el big-bang de mi (¿nueva?) memoria. Caí, rodé, me golpeé. Teniendo eso en claro, o al menos convenciéndome de ellos, pude empezar con el resto, seguir adelante.

En ese momento incluso llegué a tejer algunas hipótesis más arriesgadas... obviamente que no me di cuenta, pero me las estaba dando de genio de la lógica, arrogantemente, subido a la idea de que si lograba que algo tuviese sentido, de a poco estaría hechando luces sobre las sombras. "Creía", repito todo el tiempo... se nota que estaba algo errado, ¿no?

Tras un largo rato -sin dudas que debo haber pasado horas en eso-, dejé de jugar al detective; fue cuando encontré "la" teoría, en ese momento: la única cadena de acontecimientos que permitía explicar mis moretones y lastimaduras, y los recuerdos que tenía. Y no hizo más que inquietarme... había logrado armar el rompecabezas, todas las piezas encajaban, no sobraba nada. Y sin embargo... el dibujo del rompecabezas era el que no tenía sentido. Me había devanado los sesos para encontrar una cadena de acontecimientos lógica... pero que partía de algo tan inverosímil como el haber estado durmiendo -o inconciente- arriba de un árbol, del que me había caído al suelo.

Sí. Dormido arriba de un árbol, en medio de la nada. Así tenía lógica... la caída, el reflejo de intentar aferrarme de una rama cual manotazo de ahogado... el sentir que "levitaba"... el caer de pie como un gato, institntivamente... el cuerpo adormecido que no logra tomar la mejor posición, las piernas que no se alistan para frenar la caída, tal como un avión que no desplega correctamente el tren de aterrizaje... la rodilla que amortigua el peso, el reflejo de echarse a un costado para no sobrecargar de peso la articulación... el envío que hace que termine rodando, molestando mi omóplato y hombro izquierdos, y el terminar golpeando el parietal contra una pequeña piedra de punta roma pero sobresaliente... el desvanecerme, con la cara contra el suelo, bañándome en el perfume de ese olor tantas veces sinónimo de alegrías como el propio pasto...



Pero claro. Todo tenía lógica, excepto algo: ¿qué hacía dormido o inconciente arriba de un árbol, en medio de la nada, sin más que lo puesto? Y de hecho... ¿por qué no recordaba nada? ¿Por el golpe... o ya estaba así de antes? Me puse a pensar en lo bueno que hubiera sido haber tenido una amnesia total... haber marcado cualquier lugar como mi norte, y sólo caminar... pero no. Lamentablemente, recordaba poco, realmente poco, pero era lo suficiente como para, lentamente, comenzar a enloquecerme... ¿quién era? ¿Dónde estaba? ¿Por qué...?




En eso fue que un haz de linterna partió la oscuridad en dos, y cual animal herido que huele al cazador, no hubo más opción que escapar corriendo desesperadamente, internándome en la parte más densa del bosque.

Capítulo I - "Nada" - Episodio I

I

Casi me caí de bruces contra el suelo; me agarré de algo, instintivamente, apretando los dientes, y logré recobrar la horizontalidad, al tiempo que la sensación de frío me envolvía. ¿Viste cuando te despertás de una pesadilla, y por un momento no tenés la suficiente lucidez como para saber dónde estás, si en tu cuarto o en medio de la nada, si despierto o todavía en fantasías? Bueno. La misma sensación, el corazón que pega un brinco y se acelera frenéticamente, cual auto que sale arando. El mismo sentimiento de que todo estaba dando vueltas y acababa de frenar, y no sé dónde estoy ni qué pasa. Así estaba cuando me golpeé la cabeza.

Las estrellitas de colores me nublaron la vista, al tiempo que una especie de alfombra me rodeaba la cara, envolviéndome; algo se me metía en la boca, y el cuerpo se me contorsionó de pronto hacia un costado, creo que arrastrado por la fuerza del movimiento. Un olor familiar me invadió los sentidos, un aroma lo suficientemente conocido como para equivocarme; sin embargo, en ese segundo en que el tiempo había dejado de correr, no pude reconocerlo. Sentí una especie de manta fresca que me envolvía; al parecer mi cuerpo estaba ardiendo, dado que fue tan reconfortante que sentí paz, por un momento fue como la frazada que te cubre en invierno cuando sos chico, en un cuarto que ahí deja de serte ajeno. La verdad que no sé si tuve otra opción, pero en una fracción de segundo cerré los ojos, y me dejé llevar.



Un rato después recobré la vista. Supongo que no había pasado mucho tiempo... bah, la verdad que no sé. ¿Segundos? ¿Minutos? ... ¿horas? No lo sé. Me encontré girando sobre mí mismo, poniéndome de cara al cielo. Cielo, sí. Estrellas en el cielo, y viento en mi cara. ¿Era esa la sensación que me había envuelto un rato antes? Sí, sin dudas. Viento golpeando en mi rostro, viento barriendo mis ropas, viento... que no golpeaba en mi pelo. Tardé un segundo, tal vez dos. ¿Qué...? Y me dí cuenta: estaba rapado; el viento acariciaba mi calva con suavidad, haciéndome sentir frío en lugares donde no recordaba haber tenido sensibilidad previamente. ¿Qué demonios...? Si yo tenía pelo... desde siempre una melena había cubierto mi cuero cabelludo, y si bien mis sentidos indicaban lo contrario, mi imaginación proyectaba una imagen mía siendo despeinado por el aire en movimiento. Me pasé la mano, frenéticamente... nada. Ni un pelo; rapado al ras. Por primera vez en mi vida.


Algo tan pequeño como eso fue la llama que encendió la mecha; abrí los ojos de par en par, pegué un respingo, cargando de energía mi cuerpo. Moví eléctricamente las piernas, dejando de sentir -al menos por ahora- el cansancio que me había estado envolviendo, y puse las manos en el suelo. Pasto. Pasto húmedo, y el peculiar aroma del mismo sobre mí, alrededor, en todos lados. "Ese era el olor tan familiar que estaba sintiendo", me dije, haciendo fuerza con las manos contra el barro para intentar incorporarme. De pronto, una duda se clavó en mí, un sentimiento de desprotección me invadió: no podía recordar nada. Estaba en blanco. ¿Qué pasó hace un rato? ¿Qué pasó más temprano? ¿Qué hora es?... alrededor, sólo oscuridad, bajo la tenue iluminación de las estrellas; sombras de árboles danzando al viento, viento pintando el lugar, y nada más. Temblé, y esta vez no fue por el viento. Estaba en cero, totalmente en blanco; nada más allá de cuando abrí los ojos, hace... ni siquiera sé cuánto tiempo... tras ese... ¿golpe?... en la cabeza.

Por algún motivo me puse de pie; la verdad que no pensaba, sólo actuaba. Estar parado era mejor que sentado, aunque no sé bien por qué. Quizás para tratar de darme fuerzas, un mayor control sobre una situación que sin dudas me escapaba. Pero pensá que te pasara lo mismo... de pronto, no estás leyendo esto, estés donde estés. No. Cerrás los ojos, y cuando los abrís estás en mitad de la nada, y ni siquiera podés recordar lo que pasó hace minutos; podés pensar, y eso es lo peor. Me equivoqué al decir que estaba "en blanco"... no. Mi identidad lo estaba; pero sin embargo, podía pensar, era conciente, y eso, sin dudas, era lo peor. Podía darme cuenta que estaba perdido, desamparado. Era espectador de mi propio laberinto... era parte de mi desgracia. Si no hubiese tenido nada en la cabeza, probablemente hubiese empezado de cero, caminando hacia algún lugar aleatorio y sin preocuparme por nada. Pero no... sabía que yo era alguien, y sabía que estaba en algún lugar, y que de cierta forma yo había llegado ahí... pero no sabía quién era, dónde estaba, ni por qué. Una ráfaga de viento rugió entre los árboles, y volví a tiritar; instintivamente me rodeé con mis brazos, no sé si para darme calor, o para evitar sentirme solo. No sé qué necesitaba más...