Capítulo I - "Nada" - Episodio V

V

Tanto meditar, tanto planear, pensar, sopesar decisiones y convencerme de distintas formas de actuar para enfrentar esas situaciones que sabía que encontraría... tantas cosas a las que quería estar atento en caso de encontrar algún otro indicio de vida humana... tanta sangre fría... y sin embargo, el ruido del motor me heló sobremanera, al punto que giré sobre mí mismo y me quedé mirando entre las ramas del árbol que estaba a mi lado, petrificado como una estatua... Mi respuesta fue la misma que la de un venado sorprendido al cruzar una carretera, y eso a pesar de que yo estaba en esa especie de trinchera que me permitía estar a salvo...

E
l ruido provenía desde la parte de carretera que parecía perderse en el horizonte; un motor que sin duda sentía que lo estaban exigiendo más de la cuenta, y tosía febrilmente como respuesta. La imagen mental de un auto azul oscuro me invadió de imprevisto, shockeándome... como entre flashes vi pasar una imagen, demasiado rápida y borrosa como para aferrarme más tiempo a ella... una imagen de ver un auto por dentro, desde... ¿el asiento de atrás? ¿O el del conductor? Era todo difuso... pero sin dudas que el ruido del motor había despertado un recuerdo en mí, alguna memoria de mi "antes" que había logrado salir a flote. La palabra "Fiat" se formó delante de mis ojos, como luces de neón... "Fiat". Ese auto azul era un Fiat... Fiat y un número. Oh, Dios, incluso ahora me invade esa sensación, otra vez... como si los recuerdos estuviesen flotando alrededor mío, y yo estuviese tirando manotazos al aire intentando asir la mayor cantidad posible de ellos... y sin embargo, se vuelven espejismos, macabros reflejos que no logro aferrar. Esa impotencia me invadía... sabía que había algo ahí, un recuerdo estaba aflorando... pero resbalaba, cuando estaba cerca de ver con claridad cómo era ese interior de auto que había llegado a recordar hace instantes, se me iba...

D
e pronto dejé de ver esos recuerdos a mi alrededor, y volví en mí, al mismo tiempo que escuchaba el ruido del quejoso motor a la distancia... venía hacia acá, sin dudas. Miré a mis costados, y rápidamente reaccioné al ver que estaba en un pronunciado declive del terreno, al punto de que me costaba llegar a ver el nivel del asfalto... y ni hablar el horizonte: era virtualmente imposible intentar ver el auto a la distancia, al menos desde acá. Proferí un insulto, más hacia dentro que hacia fuera, y segundos después ya estaba trepando hacia la carretera. Tenía que ver qué era lo que venía, no podía soportar la idea de dejar pasar la chance de observar semejante indicador de que no estaba solo... porque hay que ponerse en mi lugar: en esa situación, la lógica decía que, obviamente, el mundo seguía estando lleno de seres humanos. Sin embargo, la realidad, al menos desde que había despertado en medio del bosque, no hacía más que demostrarme lo contrario.

La representación mental de ese Fiat oscuro volvió a cruzarse, como un fantasma. "Fiat 128", pensé casi sin darme cuenta... sin tiempo de más, miré al horizonte, para encontrarme dos haces de luz que me encadilaban, mucho más cerca de lo que había pensado. Y eso... eso debe haber sido lo que hizo que pase lo que pasó: creo que hasta ese momento yo sólo quería ver el auto, tratar de obtener información al verlo pasar, y permanecer en las sombras. Sin embargo, me apremió la sensación de que en ese auto habría, al menos, una persona. Y no puedo explicar lo que eso produjo en mí... el ser humano no sabe, no, no puede, vivir sólo. No podemos... necesitamos la interacción, la compañía o aunque sea... el saber que tenemos alguien cerca, para bien o para mal. Es como que el mundo nos queda demasiado grande si no... Algo así habré pensado en ese momento; es lo único que justifica que, preso de un ataque de pánico de sólo considerar en cómo seguiría mi vida si el auto pasaba y yo no hacía nada al respecto, que me lancé a mitad de la autopista, levantando mis manos y haciendo gestos al conductor para que frene.


S
í, seguro, me podría haber matado. O sea, estaba en medio de una CARRETERA, apareciendo de la nada en plena madrugada (probablemente), intentando que frene un auto que podría estar viniendo a... ¿100 kilómetros por hora? Ah, y que, como si fuera poco... no tenía ningún motivo como para esperar que un loco saltase desde la banquina hasta el medio de la calle, agitando los brazos como un poseso.

Sí. Fue un milagro que no me atropellase...


E
l encogedor chirrido de las llantas frenando delante mío no fue lo peor; tampoco esa sensación de la piel erizada por todo el cuerpo, en que sentís que el aire se clava en vos, y temés por esa sensibilidad, asumís el dolor que te va a causar el golpe. No; lo peor es que sabés que el bólido que se acerca, frenético, hacia vos, te va a golpear; no lo suponés: lo sabés. Te preparás para el golpe, tensás la columna como si la creyeses capaz de aligerar el impacto; presionás los dientes entre sí, cerrás los puños, clavás los ojos ciegos, mirando sin ver, en esa masa de hierro que se acerca, palmo a palmo, inexorablemente, hacia tu cuerpo. Un golpe inminente que vivís cien veces antes de que finalmente ocurra; un segundo sólo que vale por mil. Y sin embargo, extrañamente, me equivoqué; algo tan seguro, tan obvio, terminó por no pasar. Quién sabe por qué, o cómo, pero el auto se detuvo a unos cinco u ocho metros delante mío, ligeramente tirado de costado, las luces que hace instantes me habían barrido por encima ahora me dejaban en la penumbra invadida por el olor a llantas quemadas. Caí en la cuenta de que estaba agazapado, con mis brazos hacia delante como si hubiese querido oponer resistencia al previsible choque.


P
or unos segundos, nada... silencio; el tiempo, detenido, entre una acción y otra, flotando en el aire. Un tardío bocinazo rompió la calma, y me eché hacia atrás de un salto, el corazón tieso como si lo hubiesen golpeado.


- ¿¡P
ERO QUÉ HACÉS, HERMANO?! -gritó una voz; las luces no me enfocaban, mas tampoco me permitían ver al conductor; al menos, podía deducir por su tono que pertenecía a un hombre relativamente joven. Y ahí, de la nada, algo me hizo actuar; tal vez haya sido el miedo a que arranque y me pase por encima creyendo que quería robarle, o algo; tal vez fuese el temor a que sencillamente me eluda y se vaya, dejándome nuevamente solo. No sé cómo ni por qué, pero me encontré diciendo "ayudame", musitándolo dolorosamente, arrastrando las sílabas una detrás de la otra.

- A
yudame -repetí-, me soltaron... acá....

¿Q
ué estaba diciendo? ¿Por qué? ¿Qué deberia hacer?... nada sirvió. Podía pensar, pero no actuar; no me dominaba, o al menos no coordinaba mente y cuerpo: podía estar imaginando alternativas, opciones, o ideas sobre si me convenía hablar o escapar, pero no tenía control sobre lo que decía; hablaba sin saber "qué", sólo para romper el silencio. Sin esperarlo di un paso hacia delante, hablando con un tono tan creíble que yo mismo me asusté.

- M
e acaban de soltar -dije, firme, hablando lento pero claro y fuerte-. Me secuestraron. Me acaban de soltar... ayudame...

M
e acerqué al auto, a pasos rápidos, dando un rodeo por la parte delantera para tratar de llegar hacia el conductor. Repito, no sé qué hacía... algo actuaba en mí, algo que no me permitía dar opiniones al respecto; era como un avión en piloto automático.

- No, flaco, no...

La voz del conductor sonó mansa, temblorosa, casi adormecida, mientras yo me acercaba a su puerta, tratando de divisarlo en la oscuridad del auto apenas iluminado en su interior por una suave luz amarillenta. Di un paso más, y pude echar una rápida ojeada a él: parecía un hombre de treinta, treinta y pocos años, flaco, con lentes, vestido de camisa y corbata. Un trueno sonó en encima nuestro, pude notar cómo el conductor desviaba la vista al cielo, asustado... me di cuenta de que yo estaba erguido delante de su puerta, y entendí que se sentía intimidado. Creo que es justo aclarar algo que no dije antes, y es que mi aspecto seguramente habrá jugado a mi favor: soy un hombre corpulento, orillo el metro noventa, y tengo una contextura física grande, de espaldas anchas. Seguramente mi forma de hablar y de acercarme lo debía haber hecho pensar que era una trampa, una treta para acercarme a él y sacarlo del auto. En ese momento, es necesario aclarar, no me importó ser el bueno o el malo de la película: me faltaba demasiado información como para poder tomar partido, de hecho, así que decidí jugar con las cartas que tenía en mano.

E
valué rápidamente mis opciones: podía dejarlo ir, o subir al auto con él y... lograr algo, lo que sea. Saber dónde estábamos, lograr que me alcance a algún lugar lejano de este bosque en medio de la nada... cualquier cosa era mejor que quedarme. No tuve tiempo de pensar cómo lograr su cooperación: sencillamente, ese instinto que tanto había decidido obrar por mí se puso la situación al hombro nuevamente. Con un esfuerzo cambié mi expresión, a sabiendas de que no es lo mismo ver a un grandulón que se acerca intimidante que ver a alguien desprotegido que pide auxilio; acerqué mi rostro a su ventanilla, a una considerable distancia.

- POR FAVOR -dije lentamente-. Me secuestraron, hace un rato me soltaron por acá, sos el primer tipo que pasa. Me golpearon la cabeza, creo que me desmayé, debo estar sangrando.

¿Sangrando? ¿Por qué dije eso? De hecho, me señalé el costado derecho al decirlo, como queriendo convencerlo... supongo que inconcientemente quería darle mayor fundamento a mi excusa, que de hecho no estaba tan lejos de la realidad... o quizás quise obrar sobre su conciencia. Si creía que yo estaba sangrando, tal vez creería que yo realmente era más víctima que amenaza, o que estaría obrando miserablemente de dejarme sólo. Él hombre mantenía las dos manos aferradas a la parte superior del volante, tenso, mirándome boquiabierto. La distancia entre los dos, y el hecho de que yo tenía mi mano derecha sobre el techo de su auto, seguramente hacían que esté considerando qué tan dificil me sería estirar mi brazo y sujetar su cuello; estaba aterrado, podía verlo en sus ojos. Sin embargo, no reaccionaba...


Sé que peco de repetitivo, pero insisto, explicar, razonar las cosas, está en mi naturaleza; no puedo contenerme. Creo que también quiero justificarme... no sabía quién era, qué me había pasado, dónde estaba... no pude pensar en los sentimientos del conductor, me vi obligado a ser egoísta y básicamente pasarle por encima. A la vez, la situación era lo suficientemente rara como para que no pudiese deterneme a pensar: cuando vi que tenía la chance de usar a éste hombre para salir del medio de la nada, tanto geográfica como mentalmente, y entendí que era mi pasaje a al menos intentar saber en dónde estábamos... no pensé, sólo actué. El hombre, tieso, pétreo, me miraba fijo; en el momento en que me preguntó "¿Qué?... ¿Secuestrado?", no llegué a pensar lo que hacía, sólo me dejé llevar por ese instinto de superviviencia.


- ¡M
IERDA, AHÍ ESTÁN! -grité, levantando la mirada y enfocándola en algún punto cercano al lugar de donde había visto por primera vez la carretera; el hombre se dio vuelta de un salto, estrujando su pecho contra el cinturón de seguridad. Corrí por delante del auto, con las manos sobre el capot como intentando evitar que arranque y pase por encima mío, y llegué a la puerta del acompañante.

- ¡AHI ESTÁN, ABRIME, ABRIME! -bramé, mientras golpeaba la puerta, casi enfurecido, sorprendido de mí mismo; mientras echaba furiosas miradas hacia ese punto donde había dicho que "estaban ellos" y pensaba si estaba dejándome llevar por el personaje o si, en cambio, estaba conociendo un lado oculto de mi reciente personalidad, cual Jeckyll encontrando a Hyde, escuché el ruido inconfundible del pestillo de la puerta que se abre. Eché una mirada furiosa temiendo que el hombre me hubiese trabado la puerta, ya casi decidido a romper la ventana, enajenado, pero no: el conductor estaba echado sobre el asiento del acompañante, intentando alcanzar la manija para abrirme la puerta y mirarme con los ojos abiertos como monedas.

Abrió la puerta; entré al auto y la cerré tras de mí, mientras el hombre lo arrancaba, quemando las llantas en una desubicada aceleración. Había mordido el anzuelo...

No hay comentarios: